«Mientras Gaby podía recordar, siempre había conocido el miedo». La rotundidad de esta frase sintetiza toda la dureza de un relato: el de una niña que perdió la inocencia, la infancia. En el doloroso escenario de la II Guerra Mundial, la autora compone un relato autobiográfico plagado de sufrimiento: abusos sexuales, malos tratos, alcoholismo... Esta obra, encuadrada en la corriente de realismo crítico alemán, ha sido distinguida con importantes premios en su país. Su autora es capaz de recrear, con la candidez de una niña, todo el espanto de quien se sabe protagonista de un cuento cruel. «Mientras Gaby podía recordar, siempre había conocido el miedo». La rotundidad de esta frase sintetiza toda la dureza de un relato: el de una niña que perdió la inocencia, la infancia. En el doloroso escenario de la II Guerra Mundial, la autora compone un relato autobiográfico plagado de sufrimiento: abusos sexuales, malos tratos, alcoholismo... Esta obra, encuadrada en la corriente de realismo crítico alemán, ha sido distinguida con importantes premios en su país. Su autora es capaz de recrear, con la candidez de una niña, todo el espanto de quien se sabe protagonista de un cuento cruel.

Buenas noches, muñequita

Llaman al timbre. Los niños cuentan: una, dos, tres veces.
-Es para nosotros -dijo Achim y tiró temblando de la manta sobre sus hombros.
Hacía frío esa mañana de febrero de 1947. Bizarras figuras de hielo se interponían en la vista hacia fuera, a los escombros del patio trasero. El círculo que Gaby había hecho con su aliento hacía unos minutos para mirar a través del cristal, se cerraba de nuevo con afiladas esquirlas.
-Tres es para nosotros -repitió Achim-. Una es para la señora Weitgass, dos para abuela Brinkjewski y tres somos nosotros.