Las paredes, en la comunidad de vecinos de la calle Argumosa, parecen de frágil papel. A través de ellas transpiran historias oscuras, narradas con una ornamentación que evoca al realismo mágico. Complejidades emocionales revestidas de hipnóticas ilustraciones que componen un pequeño museo para degustar a cámara lenta mientras avanzamos entre sus páginas. A medio camino entre lo real y lo fantástico circulan las vidas, algunas miserables, todas inolvidables, de los habitantes del viejo caserón en un tiempo no tan lejano. Sentimientos a flor de piel, temores fundados, sugerentes ovillos narrativos que las bellas imágenes ayudan a desnudar. Como en las mejores películas, el final no es el final, sino un episodio más de un complejo ecosistema de seres solitarios, sumidos en el terror y los secretos inconfesables. Interesante para adolescentes del último tramo de edad con amplio bagaje lector.
Las paredes, en la comunidad de vecinos de la calle Argumosa, parecen de frágil papel. A través de ellas transpiran historias oscuras, narradas con una ornamentación que evoca al realismo mágico. Complejidades emocionales revestidas de hipnóticas ilustraciones que componen un pequeño museo para degustar a cámara lenta mientras avanzamos entre sus páginas. A medio camino entre lo real y lo fantástico circulan las vidas, algunas miserables, todas inolvidables, de los habitantes del viejo caserón en un tiempo no tan... Seguir leyendo
La vida de las paredes
Cuentan que en la calle Argumosa había una casa donde ahora hay un gran banco y una cafetería. Aquel edificio se levantaba por encima de tejados y chimeneas y estaba custodiado por cuatro gárgolas de piedra, una en cada esquina del tejado, con cuerpo de gato, rabo de demonio y cabeza de mono. Un olmo gigantesco lo protegía del sol en verano, y en invierno sus ramas huesudas proyectaban raras sombras chinescas sobre la fachada.