Los aromas, y su relación directa con el deseo y los recuerdos de las personas queridas, son la base de un hilo argumental que, en determinados pasajes, conecta de forma indirecta con los planteamientos esbozados por Patrick Süskind en su célebre obra El perfume. En este caso la acción transcurre en el siglo XIX en las calles de Austria. August Liebeskind abandona la disciplina militar para comenzar a trabajar en la anhelada fábrica de chocolate de su tío. La existencia del protagonista transcurre entre viajes de negocio, recuerdos, reflexiones sobre el reingreso en sociedad civil y nuevas aspiraciones hasta que, en un café de la capital coincide con Elena. Una mujer misteriosa, cautivadora como la fragancia que desprende, que despierta en él fuertes sentimientos. La relación, intensa y tormentosa, se ve afectada a consecuencia de una desgracia. El lector se sumerge paulatinamente en un dulce relato, en el que destacan las bellas imágenes que el autor perfila con un léxico rico y que aporta interesantes paralelismos para describir las impresiones de una romántica e inusual historia de amor y sacrificio, ambientado en un escenario excepcional en un tiempo de esplendor y agitación cultural. Pero esta trama protagonizada por espíritus atormentados también se asemeja a las onzas de chocolate de gran pureza, y su sabor puede transformarse en amargo según se deshace...
Los aromas, y su relación directa con el deseo y los recuerdos de las personas queridas, son la base de un hilo argumental que, en determinados pasajes, conecta de forma indirecta con los planteamientos esbozados por Patrick Süskind en su célebre obra El perfume. En este caso la acción transcurre en el siglo XIX en las calles de Austria. August Liebeskind abandona la disciplina militar para comenzar a trabajar en la anhelada fábrica de chocolate de su tío. La existencia del protagonista transcurre entre viajes... Seguir leyendo
El aroma del chocolate
En la primavera de 1881, tras servir durante casi diez años en el ejército del Imperio austrohúngaro, el teniente August Liebeskind se licenció. Era un día lluvioso, pero el cielo estaba límpido y, mientras el teniente cruzaba el patio del cuartel, el aroma a hierba y el sol se extendía ya, prometedor, como un hálito difuminado por el aire fresco y gris.