Cuando Yue (Luna) conoció a Jian (Espada) iniciaba un insospechado camino que la acercaría a la cumbre del imperio chino, al tiempo que la alejaría del amor que acababa de descubrir. Tres fueron los espejos que signaron la vida de los jóvenes, dos de ellos mágicos; pero el más humilde y poderoso, fue el que dividieron al separarse y que terminaría por reunirlos. Si los escenarios creados por Sebastián Vargas aportan una cuota de exotismo a la historia, la humanidad de los personajes la vuelve cercana, aunque la bella Yue alcance el rango de heroína excepcional por sus dotes intelectuales, valentía y honestidad inconmovible. El libro, que puede leerse independientemente, conforma una unidad mayor con Tres espejos. Espada, del mismo autor. Cada tomo sigue la trayectoria de uno de los enamorados, de modo que ambos permiten una lectura alternada, que proporciona una visión más completa y comprensiva. Ambos merecieron el Premio “EL Barco de Vapor” 2012 de Argentina.
Cuando Yue (Luna) conoció a Jian (Espada) iniciaba un insospechado camino que la acercaría a la cumbre del imperio chino, al tiempo que la alejaría del amor que acababa de descubrir. Tres fueron los espejos que signaron la vida de los jóvenes, dos de ellos mágicos; pero el más humilde y poderoso, fue el que dividieron al separarse y que terminaría por reunirlos. Si los escenarios creados por Sebastián Vargas aportan una cuota de exotismo a la historia, la humanidad de los personajes la vuelve cercana, aunque la bella Yue alcance el... Seguir leyendo
Tres espejos. Luna

Esa mañana y al igual que todos los días, Yue Chang fue a buscar agua al arroyo.
Aunque Yue tenía apenas 14 años, para la época era ya una joven mujer.
Era la menor de cuatro hermanas, hijas del herrero del pueblo.
Esa mañana en particular, mientras Yue cantaba despreocupadamente y se disponía a lavarse la cara y llenar su cuenco, el agua del arroyo bajaba un poco turbia.
Yue miró arroyo arriba y comprobó rápidamente el motivo por el cual la conocida corriente, siempre tan límpida, se presentaba turbia: allí, a veinte brazas, un muchachito de aproximadamente su misma edad se refrescaba, mientras permitía que su caballo bebiera. Era alto y delgado, aunque sus brazos parecían fuertes.
-Estás ensuciándome el agua –dijo ella, molesta.
Cuando él la vio, le respondió con insolencia:
-No sabía que el arroyo tenía dueño. ¿Eres la emperatriz, acaso?