El portal del cuervo
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Matt Freeman sabía que estaba cometiendo una equivocación.
Estaba sentado sobre un muerto enfrente de la estación de Ipswich, vestido con una sudadera gris con capucha, unos descoloridos tejanos informes y zapatillas de deporte con los cordones deshilachados. Eran las seis de la tarde y el tren de Londres acababa de llegar y los pasajeros se afanaban en salir de la estación. La explanada era una confusión de coches, taxis y peatones, y todos intentaban dirigirse a casa. Un semáforo se puso en verde, pero nadie se movió. Alguien tocó la bocina y el sonido hendió el aire húmedo de la noche...