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Libros de espanto y brinco: el miedo en la literatura infantil

Así como el miedo ocupa un lugar importante en la vida, también lo tiene en la literatura. La sensación estremecedora de hallarse ante un peligro inminente o ante una situación, objeto o sujeto que pueda hacernos daño la hemos vivido todos. También desde muy temprano hemos experimentado el miedo a perder aquellas cosas y personas que nos brindan seguridad.

El miedo, sin duda, es una de las emociones más profundas del ser humano y de las que más condicionan nuestras relaciones con los otros, con el mundo. La representación en la literatura de esta emoción tan inherente a nuestra naturaleza es ineludible y necesaria. La literatura universal está llena de personajes que simbolizan nuestros miedos más primarios; como el lobo a nuestro temor a ser devorados o a que haya una fuerza animal mayor que no podamos domesticar; los vampiros: a ser succionados o la fuerza de la sexualidad; el diablo como representación del mal; los monstruos: a lo amorfo y desconocido, etc.

Muchos de estos personajes y los miedos que encarnan han sido traspasados a la literatura infantil, aunque suelen ser tratados de manera diferente.

De temible a temeraria: el tránsito de los miedos en la LIJ

En los inicios de la literatura infantil el miedo estaba en buena parte de las historias. Los niños que las protagonizaban se veían envueltos en situaciones peligrosas y violentas donde se castigaba severamente sus transgresiones de los límites y convenciones sociales. Aquellas historias buscaban generar temor en sus lectores al mostrarles, de manera bastante brutal y no sin desproporción, cómo podía ser castigada la desobediencia o falta de virtud, como sucede en Pedro Melenas, de Hoffmann

Tenían la función de inducir el miedo, pues a través de él se esperaba enseñarles  a los niños las diferencias entre el bien y el mal. Respondían a la función civilizadora de esta literatura, y quizás, también, de manera más inconsciente, reflejaban el miedo adulto a la anarquía infantil, como una fuerza desafiante que precisa contención.

En la literatura infantil actual el miedo también tiene un lugar importante pero en vez de tener una función mitificadora tiene una desmitificadora; es decir, está presente como tema pero, por lo general, no se busca despertar temores en los niños sino librarles de ellos. Suelen ser historias donde los miedos son aliviados al desmontarlos humorísticamente o desde la razón.

Este cambio de libros que generaban miedos a libros que los alivian obedece a la idea de que es importante liberar a los niños de esta emoción. También obedece a la idea que la literatura infantil es una especie de jardín cerrado donde siempre debemos sentirnos seguros, protegidos y confortables. Así, hay una cantidad de historias donde se subvierte el orden de lo que es temible y quién es temerario: de pronto son los monstruos quienes temen a los niños; los vampiros son amigables y nada asombrosos sino más bien bastante comunes, cotidianos; los lobos son buenos sujetos, animales estigmatizados que no merecen su mala fama, y así sucesivamente.

Este tipo de libros constituye un espacio para exponer los miedos, decir que está bien sentirlos, pero que, al no ser racionales, no reflejan amenazas reales. El espacio de alivio, protección y humor que ofrecen este tipo de historias está muy bien, sobre todo como un antídoto rápido para las ansiedades y angustias. Sin embargo, no debe perderse de vista que la literatura constituye un espacio idóneo para experimentar y elaborar los miedos de manera simbólica y más profunda.

A favor del miedo

Cuando se es niño, los miedos son muchos y se viven de manera muy real. El miedo a la oscuridad, el miedo a la soledad, al abandono, a todo lo desconocido, como el primer día en la escuela o la llegada de un nuevo hermano…  Las explicaciones racionales quedan cortas para espantar estos temores.

Sobrellevar la sensación de indefensión que generan tantas novedades y cosas sobre las que no se tiene control no es cosa fácil. La literatura puede ser reparadora al brindarse como un espacio para la representación en el que el niño puede verse reflejado pero con la distancia necesaria para sentirse a salvo en su proceso de elaboración.

Los álbumes, por las formas que tienen de combinar narrativa textual y visual, pueden resultar especialmente efectivos en la representación de los miedos. A través de las imágenes se pueden trasmitir de manera directa lo que en palabras serían abstracciones menos accesibles para sus lectores.

Stefano Pollio 

Los libros de Anthony Browne son especialmente efectivos comunicando los miedos de una manera simbólica; sus imágenes muestran ambientes enrarecidos que reflejan la percepción distorsionada propia de cuando nos embarga el miedo. 

También pueden ser muy positivas las narraciones orales provenientes del folklore donde, precisamente, la representación de arquetipos (entre los que están, por supuesto, los que encarnan los miedos colectivos) y el hecho de que son historias que conocemos a través de la audición (y no de la vista) permiten que la imaginación sea tomada por los miedos más inconscientes.

Escuchar historias de espantos, aparecidos y demás criaturas monstruosas en la penumbra es un placer ancestral que difícilmente puede intercambiarse por otro.

Sentir miedo es importante. Cumple una función capital, nos inicia a la vida. De hecho, los rituales de paso tienen que ver con su superación; enfrentar al terror nos conecta con la vida y por eso no hay nada que enganche más que una historia terrorífica. Jung dijo que “la única cosa a la que hay que tener miedo es al miedo mismo” y podríamos decir en el mismo tono que lo único que hay temer en la literatura infantil es que el miedo no esté en ella.

 

Este texto es una colaboración de Brenda Bellorín

Libros en Canal Lector sobre miedo

 
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