El gato asesino ataca de nuevo

Vale, vale. Pues méteme la cabeza en una mata de acebo. Le lancé a la madre de Ellie la peor de mis miradas. Era culpa suya. Estaba acaparando mi extremo del sofá. Ya te imaginas: ese rinconcito soleado sobre el blando cojín en el que me gusta sentarme porque, desde él, puedo mirar por la ventana.
Contemplar a los polluelos cabeza de chorlito que, en su pretensión de aprender a volar, se caen de los nidos cada dos por tres... Ñam, ñam...