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El contraste y la organización de la información (Primera parte)

La lectura se identifica muchas veces como una actividad personal. Su consideración como medio para la recreación, basada en la complicidad entre escritor y lector que comparten pasión, ilusiones, emociones e intereses, para la relajación, al identificarse con un tranquilizante, un analgésico, que nos ayuda cuando nos invaden preocupaciones, o para la autoafirmación, que nos permite encontrarnos con nosotros mismos o con el pensamiento a través de las sugerencias del texto (que transmite tranquilidad, sosiego…) y de su materialidad (sonido del papel, olor de la tinta, tacto de las páginas…), así lo avalan.

La lectura y su correlato la escritura tienen, además, otra dimensión social, relacionada con el acceso y la utilización de la información y con los mecanismos de comunicación, creación y desarrollo del conocimiento. Permite compartir espacios, tiempos y contenidos entre padres e hijos, entre compañeros, entre ciudadanos y entre personas que participan de un proceso formativo. No hablamos de un mero intercambio de información sino –y también– de un proceso de contrastación que puede dar origen a nuevas ideas, a nuevos conocimientos.

Leer y escribir no son sólo procesos cognitivos y personales, también apoyan una forma de interacción con otras personas. El compartir lo leído, sea de manera oral, escrita o con otros soportes, trasciende lo individual y da sentido a la lecto-escritura como medio de comunicación. Hablamos no sólo de saber elegir la lectura, de autocontrolar lo que se lee o de avanzar en mayores niveles de dificultad, sino también de proporcionar mecanismos y estrategias para compartir lo reflexionado y aprendido en un marco social que se engrandece a partir de las aportaciones y matizaciones de sus miembros. Procuramos así que los estudiantes comprendan y descubran la realidad, y la transformen al incorporar a ella nuevas ideas y propuestas contrastadas.

De la información al conocimiento compartido

La lectura y la escritura pueden ser objeto de análisis en sí mismas. Sin embargo, lo que verdaderamente nos interesa es el mensaje que trasladan: el conocimiento que soportan. Si consideramos que la información son datos organizados, clasificados y dotados de significado, que se materializan en forma de mensaje y se asocian a un contexto determinado que facilita su interpretación, podríamos decir que el conocimiento está formado por creencias, valores, conceptos, expectativas y formas de hacer, resultado de la exposición de la información al bagaje cognitivo de cada persona (Gráfica 1).

La transformación de la información en conocimiento es, por tanto, tarea de las personas, y en este proceso es posible identificar perspectivas individuales y sociales relacionadas entre sí. El conocimiento supone elaboración personal a partir de la reflexión individual y del contraste colectivo, pero también incluye la utilización social que se hace del mismo.

Hablamos así, y desde la dimensión más colectiva e institucional, de la gestión de datos, la gestión de la información y la gestión del conocimiento, según vayamos de lo personal y subjetivo a lo más intersubjetivo y social. Una cosa es asumir/ conocer críticamente la información y otra es la gestión del conocimiento: mientras que la primera es o afecta a cuestiones individuales, la segunda incluye una dimensión colectiva. La gestión del conocimiento se refiere de esta manera al conjunto de acciones que permiten que el conocimiento tácito y personal se convierta en un conocimiento explícito, público, y a ser posible utilizable por las personas y las organizaciones.

Preparar a los estudiantes para la sociedad actual supone darles herramientas tanto para la gestión de la información (saber moverse en un mundo complejo y cambiante) como para la gestión del conocimiento (participar en procesos colectivos dirigidos a ampliar el conocimiento de las organizaciones y de la sociedad), aspecto al que se pueden y deben introducirse los estudiantes de bachillerato.

La competencia informacional

La competencia informacional, también identificada con expresiones como cultura de la información, habilidades informativas o alfabetización informacional, ha sido definida como la habilidad para reconocer una necesidad de información y la capacidad para identificar, localizar, evaluar, organizar, comunicar y utilizar la información de forma efectiva, tanto para la resolución de problemas como para el aprendizaje a lo largo de la vida.

El desarrollo de esta competencia a nivel escolar, y que afecta a todas las materias del currículo, puede considerar los objetivos presentados en el cuadro 1. Así, las habilidades alfabéticas básicas de lectura, escritura y cálculo, o las más complejas de elaborar proyectos o resolver situaciones, deben aplicarse y adaptarse a ambientes ricos en información. El memorizar respuestas sencillas correctas, el reproducir textos o el encontrar soluciones a partir de esquemas no son actividades suficientes para preparar a los alumnos en el manejo de la información en un contexto de sobreabundancia, descontextualización e inespecificidad de la misma.

El objetivo no es leer sino mejorar los niveles de competencia lectora de nuestros bachilleres, tal y como se entiende en los estudios PISA: abarca desde la comprensión y el empleo de textos escritos hasta la reflexión personal a partir de ellos, con la finalidad de alcanzar metas personales, desarrollar el conocimiento y el potencial personal y participar en la sociedad. Lograr que nuestros adolescentes mejoren sus niveles de rendimiento es una meta loable1.

Participar en la creación y gestión del conocimiento colectivo

El conocimiento se crea a través de un proceso de interacción continua y dinámica entre el conocimiento tácito y explícito de carácter personal o colectivo, que incluye momentos de socialización, exteriorización, combinación e interiorización. Así, el conocimiento individual se actualiza y acrecienta en la medida en que hay interacción comunitaria que atraviesa fronteras personales, organizativas, sectoriales y sociales. Más allá del intercambio de información, se trata de que los participantes empiecen a interactuar formulando y escribiendo sus ideas, promoviendo un diálogo fructífero, generando aprendizajes activos, extendiendo sus puntos de vista y considerándolos desde diferentes perspectivas.

Detrás de una gestión adecuada del conocimiento compartido confluyen experiencias como la de crear y utilizar un banco de experiencias y estudios realizados por los estudiantes, publicar trabajos escolares referenciales, implicar a los estudiantes en la generación de propuestas sobre los problemas del aprendizaje, del centro educativo o del entorno, difundir y debatir proyectos, promover intercambios con otros centros, crear redes para el desarrollo de ideas, dar sentido al compromiso con la mejora de la organización y entorno, etc. de gran interés para los estudiantes de Bachillerato.

La actividad de leer, como también la de escribir, ha de ser, desde este punto de vista, una actividad eminentemente activa que exige apropiarse del contenido y utilizarlo, procurando sirva tanto al desarrollo personal como al social y de las organizaciones.

 

Este texto es una colaboración de Joaquín Garín

Notas

 

  1. La comprensión lectora se evalúa en PISA por medio de tres subescalas (recuperación de la información, interpretación de lo leído y reflexión sobre lo leído), que permiten establecer seis niveles de rendimiento. La media de nuestros escolares se sitúa en el nivel tres (capaces de comparar, contrastar y categorizar información tomando en cuenta varios criterios), situándose alrededor del 5%, en los informes de 2000 y 2003 (frente al 8% de la OCDE y el 12% en países como Bélgica o Finlandia), en el nivel 5 (tareas sofisticadas relacionadas con inferencias de alto nivel, pensamiento crítico y conocimiento completo y detallado del texto). (Llanillo y otros, 2005: 106). Subir
 
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