Mi buen salvaje

Primero, lector, vas a ver. Imágenes, ilusiones, o si prefieres, fotos. Han sido captadas por todo el mundo. La cámara es errante, en efecto, pero hasta cierto punto. Tras tantos viajes, también puede fijarse.
La cámara, incluso errante por naturaleza, no actúa como Orfeo, quien al ver a Eurídice por fin en los infiernos, hace que ella se desvanezca. Un instante, una mirada, una foto y Orfeo borra todo. Los últimos buenos salvajes quedan aquí grabados. Incluso para un viaje al pretérito imperfecto del tiempo. Hacia ese rumbo indeciso de las culturas chocantes ya en la última década del siglo. La cámara errante se ha fijado. Rostros, gestos, caracteres, que hablan, a veces por sí solos, de todo cuanto nuestro mundo moderno ha condenado a un cambio forzoso.