Cada segundo cuenta en esta novela que emparenta, de alguna forma, con las propuestas literarias ligadas a la corriente "Escape Book", cada vez más habituales en la narrativa actual. El joven aspirante a inventor que da nombre a la colección que aquí se inicia, vive con su padre en las tripas de uno de los monumentos más icónicos de Londres: el Big Ben. Al mismo tiempo que las manillas parecen enloquecer, se produce la desaparición de aquel, relojero oficial, con solo unas pocas pistas como base para la investigación. Asumida por su hijo como un tema personal, al tirar del hilo descubrirá que, en realidad, el complot está tejido desde las más altas esferas y que hay una razón evidente y conspiratoria. La trama permite al lector asomarse a otros rincones típicos de la capital británica, al mismo tiempo que esboza principios científicos muy interesantes y presenta personajes secundarios con enjundia. Las ilustraciones (un reloj al comienzo de cada episodio y pequeños apuntes en blanco y negro para destacar escenas concretas); son obra de la joven artista Stephanie Shafer. Un thriller de aventuras muy interesante, estructurado en capítulos breves, con certeros giros, bien dosificados, que garantizan una lectura adictiva mediante la que, al mismo tiempo, podemos ampliar conocimientos sobre elementos tecnológicos e históricos.
Cada segundo cuenta en esta novela que emparenta, de alguna forma, con las propuestas literarias ligadas a la corriente "Escape Book", cada vez más habituales en la narrativa actual. El joven aspirante a inventor que da nombre a la colección que aquí se inicia, vive con su padre en las tripas de uno de los monumentos más icónicos de Londres: el Big Ben. Al mismo tiempo que las manillas parecen enloquecer, se produce la desaparición de aquel, relojero oficial, con solo unas pocas pistas como base para la... Seguir leyendo
Isaac Turner investiga. La conspiración contra reloj

La noche que atrasaron los relojes, Isaac Turner subió a la torre del Big Ben para ver a su padre detener el tiempo. La escalera de la torre de Isabel tenía trescientos treinta y cuatro escalones y giraba tortuosamente. Al asomarse por la barandilla, Isaac me mareó.