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El valor de la lectura en el desarrollo integral de la persona (Tercera parte)

 

Lectura es cultura y cultura es libertad

La lectura amplía la cultura –ese conjunto de conocimientos que nos permiten desarrollar nuestro juicio crítico– y, por tanto, se convierte en la mejor salvaguarda de nuestra libertad. La breve y original fórmula a la que antes aludíamos –«Más libros, más libres»– es, pues, algo más que un simple eslogan publicitario. Ya lo subrayaba Borges con toda nitidez: «Ahora, como siempre, el inestable y precioso mundo puede perderse. Sólo pueden salvarlo los libros, que son la mejor memoria de nuestra especie»12. Y aun cuando no toda la cultura está contenida en los libros, no cabe duda de que la lectura puede servir para poner coto a esas actitudes más o menos indolentes de muchos adolescentes que buscan refugio en otras formas de recepción de la información aparentemente más sencillas que las que derivan de una adecuada comprensión del lenguaje escrito: en el mensaje audiovisual, que suele entenderse con mayor facilidad e implica un receptor más pasivo; y en el soporte informático, que facilita un más rápido acceso a la información-; lo que puede suponer –y de hecho supone– un freno a la imaginación, siempre despierta de un lector.

Y si hay un libro emblemático para el mundo de la cultura, ese es Don Quijote de la Mancha, cuyo personaje central, hace de la lucha por la libertad la razón de su existencia. Nadie que leyera atentamente la novela cervantina suscribiría que el comportamiento del hidalgo manchego en las múltiples aventuras en que se ve inmerso a lo largo de la obra es el de un loco ridículo. Antes al contrario, cualquier lector acaba viendo en ese comportamiento el de un idealista cuya conducta se mueve impulsada por los más nobles sentimientos: Don Quijote cree en la utopía de un mundo mejor: pretende encarnar el espíritu de la caballería andante en una sociedad en la que ya no tienen cabida los caballeros andantes. Y, por ello, su locura es, en sí misma, una manifestación de la grandeza de su espíritu: Don Quijote representa la lucha por la justicia, por los derechos de los oprimidos frente al poderoso opresor, por la honra y el honor, por la libertad...; en definitiva, por la grandeza espiritual de las personas. Muy elocuentes son, a este respecto, las siguientes palabras de Don Quijote, que aunque repetidas y conocidas, resuenan hoy en nuestro oídos con la misma contundencia –o incluso mayor– con que debió de escribirlas Cervantes, que tantas veces ha relacionado el tema de la libertad con la dignidad del hombre: «La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres. Digo esto, Sancho, porque bien has visto el regalo, la abundancia que en este castillo que dejamos hemos tenido; pues en mitad de aquellos banquetes sazonados y de aquellas bebidas de nieve me parecía a mí que estaba metido entre las estrechezas de la hambre, porque no lo gozaba con la libertad que lo gozara si fueran míos, que las obligaciones de las recompensas de los beneficios y mercedes recibidas son ataduras que no dejan campear al ánimo libre. ¡Venturoso aquel a quien el cielo dio un pedazo de pan sin que le quede obligación de agradecerlo a otro que al mismo cielo!»13

Leamos, pues; precisamente porque, como nos recuerda Terencio, «Hombre soy, y nada de lo humano me es extraño»14. E invitemos a nuestros más cercanos a que lean por el puro placer espiritual de leer. Es imprescindible que vayamos desarrollando esa conciencia de lector que, estimulando nuestros gustos personales, habrá de llevarnos, por propia iniciativa, a entrar en contacto con los mejores maestros de la lectura: los buenos libros, esos que habrán de acompañarnos a lo largo de nuestro periplo vital como garantes de nuestra libertad; de manera que siempre podamos hacer nuestras las palabras de Borges: «No sé si hay otra vida; si hay otra, deseo que me esperen en su recinto los libros que he leído bajo la luna con las mismas cubiertas y las mismas ilustraciones, quizá con las mismas erratas, y los que me depare aún el futuro»15

Convirtamos la lectura en un «espacio de libertad». Señalaba Gianni Rodari –en el Prefacio de su célebre Gramática de la fantasía– que «el uso total de la palabra para todos» es un buen lema, de bello sonido democrático; «no para que todos sean artistas, sino para que nadie sea esclavo».16 La lectura –y, a través de ella, el goce del tratamiento estético de la palabra– es, sin duda, un cauce para la libertad, un vehículo de expresión de tolerancia; y el amante de la lectura, un ser con la suficiente sensibilidad como para hacer de esa libertad –bien entendida– una manera de vivir; porque de la libertad forma parte sustancial la libertad de expresión y, por tanto, también la artística y literaria.

Epílogo grotesco

Y si la lectura es tan importantes para el desarrollo armónico de las personas –según puede inferirse de lo anteriormente expuesto y argumentado–, ¿por qué está escandalosamente relegada en el sistema educativo y en la sociedad actual? Ignoramos la respuesta. Quien la encuentre que la comparta con nosotros. Nos encontrará en el aula, batallando por dignificar la calidad de la educación. Mientras tanto, procuremos todos esforzarnos por que la lectura recupere el lugar de privilegio que nunca debió haber perdido. El progreso tecnológico está exigiendo la compañía de las humanidades para avanzar sin perder el referente ético-moral. Y en este campo, la lectura es fundamental. Y si en algún momento nos invade el pesimismo, si pensamos que podemos desfallecer, recordemos, como estímulo, las palabras de nuestro inmortal Caballero: «¿Qué te parece esto, Sancho? –dijo don Quijote–. ¿Hay encantos que valgan contra la verdadera valentía? Bien podrán los encantadores quitarme la ventura, pero el esfuerzo y el ánimo, será imposible».17

Este texto es una colaboración de Fernando Carratalá Teruel


Bibliografía y notas

12. Cf.: Borges, J. L. «Elogio del libro». Diario ABC, 17 de julio de 1988.
13. Cervantes, Miguel de: Segunda Parte de El ingenioso caballero Don Quijote de la Mancha, cap. LVIII.
14. Esta es la máxima de Terencio, tomada del Heautontimorumenos: «Homo sum: humani nihil a me alienum puto».
15. Borges, J. L.: Ibídem.
16. Rodari, G. (1979): Gramática de la fantasía. Barcelona: Ferran Pellisa, 2.ª ed., p. 9.
17 Cervantes, Miguel de: op. cit., Segunda Parte, capítulo XVII.

 
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