En el imaginario de casi todos los niños y niñas hay un abuelo o una abuela que encarna valores inmortales y junto a los que ha pasado momentos irrepetibles. Todos los que han tenido la suerte y la oportunidad de compartir fragmentos felices de vida junto a ellos, han interiorizado -seguro-, enseñanzas inherentes a su sabiduría y experiencia. Las vivencias de la protagonista de esta historia dan idea de las penurias y esfuerzos que tuvieron que afrontar los componentes de generaciones anteriores, los sentimientos dolorosos que la despoblación (la desaparición, en definitiva, de los escenarios y personas en los que ellos crecieron); les ha generado, la difícil adaptación al tiempo actual, poblado de estimulantes tecnológicos (no siempre tan útiles como nos venden), con una sensación permanente de carrera contra el tiempo sin sentido para los que no fueron advertidos ni educados. A través de reflexiones poéticas, cargadas de sensibilidad, la autora subraya el valor incalculable de nuestras bibliotecas andantes, sabios cotidianos a los que no se escucha tanto como deberíamos, a través de la narración de una nieta que transmite admiración por cada uno de los segundos que comparte. Las escenas del día a día (hacer queso sobre la mesa de la cocina, plantar un melocotonero, cocinar...); se fusionan con las metáforas visuales, de gran belleza, ligadas a las texturas de unas manos labradas por la experiencia, todo ello plasmado por Susana Matos con diseños en grafito de gran realismo.
En el imaginario de casi todos los niños y niñas hay un abuelo o una abuela que encarna valores inmortales y junto a los que ha pasado momentos irrepetibles. Todos los que han tenido la suerte y la oportunidad de compartir fragmentos felices de vida junto a ellos, han interiorizado -seguro-, enseñanzas inherentes a su sabiduría y experiencia. Las vivencias de la protagonista de esta historia dan idea de las penurias y esfuerzos que tuvieron que afrontar los componentes de generaciones anteriores, los sentimientos dolorosos que la... Seguir leyendo
Las manos de mi abuela

Hoy hice queso con la abuela.
Nuestras manos apretaban con suavidad,
mientras veíamos cómo el suero salía
por los pequeños agujeros del molde.
Parece fácil, y tal vez lo sea para quien lo ha hecho
durante toda su vida, como mi abuela;
pero es algo mágico ver cómo, amasando y amasando,
la pasta suave y blanca va convirtiéndose en una bola.