Ignorantes de las leyes de privacidad de la correspondencia, unos muchachos deciden jugar con el correo ajeno. Primero roban las cartas al repartidor y luego las abren, las leen e intercambian el contenido de los sobres. Tendrán que aprender por sí mismos las consecuencias que estos actos pueden tener tanto para los destinatarios como para el cartero, que será castigado por su culpa. Aunque estos conflictos pasan a un segundo plano cuando los jóvenes curiosos se involucran en una peligrosa investigación que deberían haber puesto en manos de la policía. Ignorantes de las leyes de privacidad de la correspondencia, unos muchachos deciden jugar con el correo ajeno. Primero roban las cartas al repartidor y luego las abren, las leen e intercambian el contenido de los sobres. Tendrán que aprender por sí mismos las consecuencias que estos actos pueden tener tanto para los destinatarios como para el cartero, que será castigado por su culpa. Aunque estos conflictos pasan a un segundo plano cuando los jóvenes curiosos se involucran en una peligrosa investigación que deberían haber puesto en manos de la policía.

Ladrones de cartas

Eran las diez de la mañana de un lunes.
Al volver con su madre del ambulatorio y llegar al portal, a Raúl le había llamado la atención aquel carrito de color amarillo limón que parecía abandonado en la puerta.
Pensó que no podía ser un carro de la compra, por mucho que se le pareciera en la forma, en el asa y en las ruedas. Era demasiado llamativo. Así que, después de comprobar que nadie lo miraba, le levantó la solapa para ver que contenía.
—No seas curioso —le recriminó su madre.