La evocación del tiempo y los espacios de la infancia, ya perdidos, preside esta emotiva novela, que rezuma aliento poético y una delicada nostalgia, pese a que la vida, durante la Gran Guerra, en una de las pequeñas aldeas que salpican el valle de Costswold (campiña inglesa), estuviera presidida por los rigores del trabajo agrícola y ganadero, las duras faenas de la casa, la espera de noticias del frente, el cuidado de la prole, la observancia de los ritos religiosos y la monotonía de una existencia excesivamente pausada, previsible y carente del más mínimo confort. En este entorno y en esta época, la familia es la fuente por excelencia de la que emana la autoridad, y la comunidad se erige en elemento socializador, transmisor de valores y costumbres, así como en garante de la tradición. Laurie Lee nos regala unas estampas del mundo rural de su infancia, en el momento previo al rápido proceso de modernización industrial y, en cierta medida, de renovación de valores que, para bien y para mal, se iniciaría en el periodo de entreguerras. Un buen libro.

La evocación del tiempo y los espacios de la infancia, ya perdidos, preside esta emotiva novela, que rezuma aliento poético y una delicada nostalgia, pese a que la vida, durante la Gran Guerra, en una de las pequeñas aldeas que salpican el valle de Costswold (campiña inglesa), estuviera presidida por los rigores del trabajo agrícola y ganadero, las duras faenas de la casa, la espera de noticias del frente, el cuidado de la prole, la observancia de los ritos religiosos y la monotonía de una existencia excesivamente pausada, previsible y carente... Seguir leyendo