Celeste Maia, una pintora con una larga trayectoria profesional, propone de forma cálida y atractiva un interesante dilema. El cuadro que pinta la abuela se convierte en el canal idóneo para dar rienda suelta a la poderosa fantasía infantil, pero esa fantasía no está bajo control y los niños tienen que elegir entre correr el riesgo de enfrentarse a lo desconocido o perderse todas esas deliciosas emociones.Celeste Maia, una pintora con una larga trayectoria profesional, propone de forma cálida y atractiva un interesante dilema. El cuadro que pinta la abuela se convierte en el canal idóneo para dar rienda suelta a la poderosa fantasía infantil, pero esa fantasía no está bajo control y los niños tienen que elegir entre correr el riesgo de enfrentarse a lo desconocido o perderse todas esas deliciosas emociones.
El cuadro de nunca acabar
Todas las noches al acostarse Nicolás y Katia se quedaban mirando la pared desnuda de su cuarto. Conocían de memoria todas las grietas de la pared y jugaban a buscar en ella la serpiente, el lagarto, la llama y la paloma que echa a volar. Pero ya estaban hartos de aquel muro blanco y querían algo nuevo con que distraerse por la noche, cuando todos pensaban que dormían y ellos, sin embargo, seguían despiertos.