El príncipe de la Ciudad de Arena

Se encontraron de noche. En lo alto, en el cielo, había montones de estrellas lejanas e inmóviles. Abajo estaban las rocas negras del acantilado, que protegían los confines del mundo como un gran animal dormido. Un viento débil agitaba el mar de hierba de la llanura, haciéndolo murmurar bajito. Inmóvil sobre la cima de una rama, un halcón de cuello blanco observaba la oscuridad. Sus ojos líquidos escrutaban los movimientos de la hierba en busca de una presa, pero su pico ganchudo mostraba una duda: no era una noche buena para la caza, ni para los cazadores.