El genio del jazmín

Chen poseía pocas cosas. En primer lugar un carretón chino de enea que era su verdadera riqueza, ya que le permitía ganar con qué comprar un tazón de arroz y, a veces, un pastelito de carne con jengibre. Luego, un gran sombrero que le servía también de paraguas. Y, además, en la cima de una colina que dominaba la bahía de Hong Kong, una cabaña de bambú. Una cabaña es mucho decir.