El debut en la literatura infantil y juvenil de la ilustradora mallorquina Enriqueta Llorca es una deliciosa historia que nace de los bocetos realizados durante largo tiempo sobre los personajes principales de la obra, asi como de, -tal y como ha declarado en algunas entrevistas-; la necesidad de plasmar de alguna forma el amor incondicional que profesa hacia su perra. Con delicadeza, el trazo narrativo conduce al lector a través de un viaje iniciatico, el de Escafi, con punto de arranque en Can Taquerien, el antiguo caserón que alberga mil misterios sobre el acantilado, para arribar -por capricho de una tormenta-; en un extraño ecosistema mágico al que accede en bicicleta, acompañada de su fiel Fosca. Allí espera encontrar el amparo y sosiego precisos para entender sus coordenadas vitales, en una búsqueda que permite conocer sugerentes pasajes y protagonistas, como el señor del Om y otras criaturas. El argumento, que permite dobles lecturas, consigue sumergirnos en un mundo onírico, tan afable como teñido de magia, que -en el fondo-, es un cálido tributo al amor y complicidad que une a muchas personas con sus mascotas.  
	El debut en la literatura infantil y juvenil de la ilustradora mallorquina Enriqueta Llorca es una deliciosa historia que nace de los bocetos realizados durante largo tiempo sobre los personajes principales de la obra, asi como de, -tal y como ha declarado en algunas entrevistas-; la necesidad de plasmar de alguna forma el amor incondicional que profesa hacia su perra. Con delicadeza, el trazo narrativo conduce al lector a través de un viaje iniciatico, el de Escafi, con punto de arranque en Can Taquerien, el antiguo caserón que alberga mil... Seguir leyendo
 
 Una aventura entre el mar y el cielo

	Que empiece la aventura
	Fue un día de otoño, un día cualquiera en el que ni el sol resplandecía ni las nubes formaban grandes y fantásticas figuras, cuando Escafi decidió emprender esta aventura.
	—¿Supongo que no pensarás dejarme aquí sola vigilando esta lúgubre casa, verdad? —Fosca formuló la pregunta sin dejar de lamerse compulsivamente una pata.
	Lo hacía siempre que algo la inquietaba.
	—¿Dejarte sola? A ver…, ¿cuándo he hecho yo eso? ¡Sabes que jamás hago esas cosas!
	—Pues mejor para mí, porque ya ves cómo me tiembla todo el cuerpo cada vez que sales por la puerta.