La reconocida novelista noruega Vigdis Hjorth retrata con precisión de cirujano alguna de las emociones y sentimientos que planean sobre todas las adolescencias, describiendo miedos y angustias propias de la edad. A medida que avanza el texto advertimos retazos fieles de la transformación que se produce en ese lapso, con la progresiva atenuación de las figuras paterna y materna, en contraposición al aumento de la influencia que comienzan a ejercer amigos y compañeros. La protagonista recorre ese angosto sendero, de la tierna infancia hacia un mundo más oscuro, el adulto, con el inevitable vértigo y las dudas, que florecen más fuertes cuando la base del clan es la incomunicación y la asepsia emocional, a pesar de las rutinas. Descubre, súbitamente, que no todo es como imaginaba: ni sus familiares más cercanos, ni sus más férreas creencias, inculcadas por el padre. Hjorth retrata muy bien la incapacidad para transmitir el afecto, aunque sorprende la capacidad que el personaje principal tiene, a tan corta edad, para entender todo lo que está pasando. Las cartas de la abuela sacan a la luz algunas mentiras que han disfrazado la realidad, es la chispa que produce la demolición de un tiempo y el inicio de una etapa de rebeldía, pero sin caer en tópicos manidos. Para disfrutar de las andanzas de Paula, es preciso tener cierto bagaje lector. La narrativa es intensa, como la presencia de la religión en el argumento, y exige un acercamiento pausado para disfrutar del amplio abanico de matices que emanan de la novela.
La reconocida novelista noruega Vigdis Hjorth retrata con precisión de cirujano alguna de las emociones y sentimientos que planean sobre todas las adolescencias, describiendo miedos y angustias propias de la edad. A medida que avanza el texto advertimos retazos fieles de la transformación que se produce en ese lapso, con la progresiva atenuación de las figuras paterna y materna, en contraposición al aumento de la influencia que comienzan a ejercer amigos y compañeros. La protagonista recorre ese angosto sendero, de la... Seguir leyendo
QUINCE AÑOS

La existencia seguía un ritmo. Seguramente siempre había sido así, pero hasta los diez u once años no fue consciente de ello, de lo segura que se sentía al saber que los días eran más bien previsibles, que las estaciones del año iban y venían en ese tranquilo lugar de las afueras de la ciudad, el aire claro y penetrante del otoño tras el calor del verano, la primera nevada.