Volví para mostrarte que podía volar

Seymour había estado despierto desde el amanecer y vigilaba el espasmódico avance de las manecillas del reloj con objeto de poder levantarse legítimamente de la cama. Las siete y cuarto -ni un segundo más ni uno menos- era el momento en que Thelma iniciaba el día, y ella había dejado muy claro que el hecho de que él estuviese en la casa no debía interferir en su rutina.